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Contribución: Claudio "Canugi" Núñez

"Rincones de Montevideo"
Alejandro Michelena
Editorial Arca - Montevideo - 1988

Que barrio Jacinto Vera

Hay todavía, en ésta cada año más ruidosa y en el mal sentido cambiante Montevideo, remansos apacibles. Uno de ellos. difícil de ubicar en el mapa urbano, es conocido de todos al haber sido celebrado en sus versos por un entrañable poeta. Se trata de Jacinto Vera, que a pesar de encontrarse algo distinto al que conociera en su infancia Líber Falco, conserva de todos modos algunos de sus inconfundibles "ranchos de lata por fuera/y por dentro de madera".

Barrio popular y relativamente nuevo, en tiempos del poeta estaba todavía en pleno crecimiento. El tipo de vivienda al que alude el famoso cuarteto, la encontramos - en menor medida - también en otros confines de la ciudad; es una construcción barata y hasta precaria, que cientos de promitentes compradores de los remates de terrenos de Piria, fueron eligiendo al no poder aspirar a materiales mas firmes. Suerte de casa "prefabricada" del momento, parte de ciertos criterios estructurales estándar que admiten sólo dos o tres variantes.

En Jacinto Vera se encuentran todavía en su estado primigenio, sin las reformas que en general han camuflado a las pocas todavía en pie en el Buceo o en La Blanqueada.

Este sitio sereno y apartado se encuentra tomando por Garibaldi hacia General Flores, y un poco después de la antigua Escuela Militar (hoy Comando del Ejército) doblando hacia la derecha. Confunde sus límites y algunas de sus características con otras zonas también surgidas al compás de aquel furor inmobiliario al alcance del bolsillo popular que amplió Montevideo en tan pocos años. Calles que en muchos casos conservan su empedrado; casas de un solo piso en su mayoría, con trazados en parte irregulares y hasta caóticos; pocos terrenos baldíos, aunque sí jardines y algo de verde; reducidas plazoletas en los lugares más inesperados. Todos esos son rasgos inconfundibles de Jacinto Vera.

Allí no existe nada en este momento de reminiscencias suburbanas, pero da la sensación de estar más alejado del centro y mucho más aislado y a contramano. Aunque no hay allí zona comercial en sentido estricto, cerca de su iglesia (de tejas, incluso en la única torre) se abre alguna tienda que parece sacada - por el túnel del tiempo - de los años cincuenta, un supermercado que sí es moderno, y una pizzería muy limpia y blanca.

Grandes avenidas le rozan muy cerca, por sus límites, pero el ritmo y el latir de Jacinto Vera está como de espaldas a ellas. En sus escasos pero cálidos boliches, en sus esquinas quietas, debe ser posible todavía encontrar en el presente esa comunidad de amigos que desde la infancia han sido fieles y lo serán siempre a su cuadra, a la pequeña geografía que los vio patear una pelota o jugar a la bolita.

Esa barra de solidaridad natural, amistad masculina de pocas palabras, de sobreentendidos e ingenuas complicidades, con ambiciones que a pesar de los años no van más allá de los límites del "rioba"; cofradía capaz de los más desinteresados desprendimientos entre quiénes la forman. Esa mítica barra de amigos, que Bernardo Vervitsky lamentaba por perdida en el Buenos Aires de los cuarenta, que es incluso un exotismo en Montevideo desde hace años, tal vez siga existiendo en Jacinto Vera como quizá también en otros codos urbanos recoletos y perdidos.