Barrio popular y relativamente nuevo, en tiempos del
poeta estaba todavía en pleno crecimiento. El tipo de vivienda al que alude el famoso
cuarteto, la encontramos - en menor medida - también en otros confines de la ciudad; es
una construcción barata y hasta precaria, que cientos de promitentes compradores de los
remates de terrenos de Piria, fueron eligiendo al no poder aspirar a materiales mas
firmes. Suerte de casa "prefabricada" del momento, parte de ciertos criterios
estructurales estándar que admiten sólo dos o tres variantes.
En Jacinto Vera se encuentran todavía en su estado primigenio, sin
las reformas que en general han camuflado a las pocas todavía en pie en el Buceo o en La
Blanqueada.
Este sitio sereno y apartado se encuentra tomando por Garibaldi
hacia General Flores, y un poco después de la antigua Escuela Militar (hoy Comando del
Ejército) doblando hacia la derecha. Confunde sus límites y algunas de sus
características con otras zonas también surgidas al compás de aquel furor inmobiliario
al alcance del bolsillo popular que amplió Montevideo en tan pocos años. Calles que en
muchos casos conservan su empedrado; casas de un solo piso en su mayoría, con trazados en
parte irregulares y hasta caóticos; pocos terrenos baldíos, aunque sí jardines y algo
de verde; reducidas plazoletas en los lugares más inesperados. Todos esos son rasgos
inconfundibles de Jacinto Vera.
Allí no existe nada en este momento de reminiscencias suburbanas,
pero da la sensación de estar más alejado del centro y mucho más aislado y a
contramano. Aunque no hay allí zona comercial en sentido estricto, cerca de su iglesia
(de tejas, incluso en la única torre) se abre alguna tienda que parece sacada - por el
túnel del tiempo - de los años cincuenta, un supermercado que sí es moderno, y una
pizzería muy limpia y blanca.
Grandes avenidas le rozan muy cerca, por sus límites, pero el ritmo
y el latir de Jacinto Vera está como de espaldas a ellas. En sus escasos pero cálidos
boliches, en sus esquinas quietas, debe ser posible todavía encontrar en el presente esa
comunidad de amigos que desde la infancia han sido fieles y lo serán siempre a su cuadra,
a la pequeña geografía que los vio patear una pelota o jugar a la bolita.
Esa barra de solidaridad natural, amistad masculina de pocas
palabras, de sobreentendidos e ingenuas complicidades, con ambiciones que a pesar de los
años no van más allá de los límites del "rioba"; cofradía capaz de los más
desinteresados desprendimientos entre quiénes la forman. Esa mítica barra de amigos, que
Bernardo Vervitsky lamentaba por perdida en el Buenos Aires de los cuarenta, que es
incluso un exotismo en Montevideo desde hace años, tal vez siga existiendo en Jacinto
Vera como quizá también en otros codos urbanos recoletos y perdidos.