Contribución: Claudio "Canugi"
Núñez Rincones de Montevideo"
Alejandro Michelena
Editorial Arca - Montevideo - 1988
Del Campo del Chivero a los Hongos de
Tálice
Nuestra ciudad ha sido ponderada con justicia por sus parques, algo
que responde sin duda a una evidente realidad. Pero cuando se toma en cuenta esa
característica de la geografía montevideana, muchas veces no se valoran en la misma
medida todos sus espacios verdes. Por ejemplo, se ha hablado y escrito mucho en relación
al Parque Rodó o al Prado, los remansos mas venerables que tenemos, pero en general se
olvidan otros tan venerables como ellos.
El caso mas notorio en ese sentido es el Parque de los Aliados (o
Batlle, como es su nombre oficial, aunque el primero no ha perdido vigencia). Resulta algo
curioso esto, pues se trata de un espacio muy frecuentado por gran parte de nosotros. Lo
vemos necesariamente camino al estadio, y lo bordeamos en ómnibus o en auto a la altura
del Obelisco o por Avenida Italia.
Si hay un parque que se pueda considerar tal de manera decidida y
rotunda, éste es el que hoy nos interesa. Si no existiera, gran parte de Pocitos, todo el
barrio La Blanqueada, aledaños del Buceo, la parte este del populoso Cordón, la
Comercial, carecerían de su único desahogo. En todos los casos nombrados, si exceptuamos
alguna plaza pequeña o muy raros predios privados que vayan quedando, los rincones
arbolados no abundan.
Y se trata, en toda la periferia del parque, de zonas de alta
densidad de población, con avenidas de intenso tráfico y consecuente polución. Además,
los espacios verdes alternativos de calidad similar quedan, en todos los casos salvo el de
Pocitos que tiene a Villa Biarritz, muy alejados.
Por lo expresado, este parque cumple una función ecológica no
desdeñable para Montevideo. A pesar del descuido en que se lo tiene, la calidad y riqueza
de su flora sigue siendo hoy un privilegio que nos envidiarían incluso ciudades mas
pequeñas en países vecinos.
Si recorriéramos el Parque de los Aliados con atención,
descubriríamos en él una variedad de árboles y plantas sólo parangonable a la del
Jardín Botánico. Hay allí palmeras de diversas variedades, pinos y cipreses, cedros,
nogales, ombúes, sauces, eucaliptus, ceibos y otros ejemplares nativos. Su césped sufre
esa mezcla de descuido y depredación sistemática que es ya una lamentable marca de
nuestra patología urbana, pero de todos modos en los sectores mas profundos y alejados de
las calles nos podemos llegar a sentiro como en el campo todavía.
Aunque suene bien extraño, es posible hablar también de la fauna
de este parque. Por cierto que no es numerosa ni variada, pero la hay y está integrada
por aves. Palomas, venteveos y cotorras proliferan en sus enormes arboledas.
En realidad el Parque de los Aliados es uno de los más nuevos del
área urbana. En la década del 20 iba desde el Obelisco hasta un poco antes de donde hoy
se encuentra la fuente luminosa. Lo demás eran quintas, terrenos baldíos y perímetros
constituídos por esas verdaderas "tierras de nadie" que al presente siguen
separando barriadas no muy céntricas.
Se cuenta incluso que, a la altura del año 25, los paseantes no se
internaban mucho en el parque, pues en una isla de ombúes (que todavía está, aunque
algo esmirriada) habitaban algunos "bichicomes" no muy pacíficos. Por otra
parte, en la década siguiente, el rincón conformado por la cancha de Central y el
polígono de tiro era - junto con las manzanas adyacentes y hoy construídas - una enorme
extensión de dunas sin mayor interés.
El surgimiento del Parque de los Aliados tuvo mucho que ver con una
suerte de homenaje a los triunfadores de la guerra del 14-18. A la muerte de Batlle
recibió el nombre del caudillo colorado, pero el pueblo se ha empecinado en nombrarlo por
su nombre anterior. Esa gran extensión, antes todavía de llegar a ser parque, era el
Campo del Chivero, llamado así por la abundante crianza de esos animales en el lugar. En
donde se encuentra hoy el Estadio Centenario manaba una de las fuentes que alimentaban el
arroyo de los Pocitos.
El parque fué adornado, a fines de los 20, con alegorías
deportivas vagamente griegas, en recuerdo a las gestas olímpicas del 24 y 28. Posee
incluso - a la altura de las avenidas Italia y Centenario - una réplica en bronce del
Discóbolo de Mirón. Encierra además varias obras escultóricas estimables: la
archifamosa Carreta de Belloni, el no tan conocido monumento a la maestra de Bernabé
Michelena (ejemplo de integración de la obra en su entorno), pero también alguna de
Ferrari y otros escultores nacionales.
Allá por el año 1950 el Dr. Rodolfo Tálice, en monografía
publicada en el almanaque del Banco de Seguros, ilustraba sobre distintas especies de
hongos comestibles de nuestro país, indicando que el Parque de los Aliados era un sitio
muy rico en ellos. Los que de niños tuvimos el privilegio de frecuentarlo en esa década,
recordamos haber visto - en los días siguientes a las lluvias, sobre todo en otoño -
proliferar hongos que hoy sabemos son altamente apreciados, como los del eucaliptus y los
deliciosos. Esa peculiaridad del parque ya es historia, como también lo es la existencia
de numerosos ciervos en él, otra cosa de la que fuimos testigos de chicos.
De todos modos sigue siendo un hermoso y extendido espacio verde,
que deberíamos proteger y mantener con celo, al que podemos acceder sin necesidad de un
largo tiempo de traslado. Está allí, esperándonos, no sólo para bordearlo con
intención de ir al estadio o de cruzarlo para acceder a la pista de atletismo, sino para
aprovecharlo como lo que és, un parque. |