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Colaboración de Claudio Nuñez
Giordano Montevideo
- 8 - Los Barrios II Pocitos: de erial de lavanderas a émulo de CopacabanaPor donde hoy está la calle 26 de Marzo, entre La Gaceta y Lorenzo Justiniano Pérez, corría hacia el río un arroyo sin nombre. Los juncos crecían libremente y la arena volaba impulsada por el viento, formando dunas de hasta diez metros de altura. Un buen día, atraídas por las aguas limpias del arroyo, aparecieron por allí las lavanderas. Excavaron cachimbas o pocitos junto a la ribera y comenzaron a lavar ropa para residentes de la ciudad. Luego plantaron pitas que sirvieron para tender la ropa lavada. Al arroyo, desde entonces, se le llamó de los Pocitos. Seis colonos, llamados Manuel Sacia, José Bravo, Francisco Bagena, Joaquín Pereyra, Marcial Acosta y Manuel Antonio de León, se afincaron en sus cercanías en el siglo XIX. Sus chacras daban al camino de Punta Brava y sus fondos a los médanos. Otros se encontraban entre el mar y el arroyo de los Pocitos. Un gran baldío se extendía entre los fondos de estos seis predios, en una zona cuyo perímetro abarcaba aproximadamente el espacio comprendido entre ese arroyo por el Este, el Río de la Plata por el Sur y Sudeste, el camino del Buceo y Punta Brava - hoy Francisco Muñoz y Ellauri - por el Norte y Noroeste y un camino que iba por donde hoy se extiende la calle 21 de Setiembre, por el Oeste. Este enorme baldío, que los citados agricultores no utilizaban porque no les resultaba de ninguna utilidad práctica, fue denunciado en 1831 al gobierno por el entonces teniente coronel de Ingenieros, José María Reyes, y fue tasado a 6 pesos la cuadra.La antigua playa mensurada por el agrimensor Ojones en 1833 ha desaparecido bajo las aguas. Las carretas areneras fueron responsables de ésta pérdida, ya que desde entonces, y a partir de 1868 con mucha mayor intensidad , se extrajo arena de las dunas para emplearlas en las obras edilicias. La extensión, casi 33 hectáreas, adquirida por la modestísima suma de 266 pesos, fue vendida por éste en 1841 a José Ramírez Pérez. El bien fue heredado por su hijo mayor y albacea, Juan Pedro Ramírez, quién sumó a su cuota parte las demás fracciones, que adquirió a sus hermanos, para conservar el predio íntegro. La idea de Juan Pedro Ramírez era implantar un pueblo en esos desiertos arenales. Comunicó su proyecto al agrimensor Demetrio Isola y destinó alrededor de 80.000 metros cuadrados al trazado de las futuras calles, plan que luego hubo de ser sustituido por otro. Esto sucedía en 1868. Pero "Nuestra Señora de los Pocitos", que así se llamaría el futuro pueblo, no nació oficialmente hasta 1886. Fue entonces cuando Pedro Forte Gatto y Javier Álvarez (hijo), procediendo por orden de la Dirección General de Obras Públicas, levantaron el plano de delineación del Pueblo de los Pocitos. Otro paso hacia el futuro estaba dado. Pero aún faltaba mucho para llegar al auge edilicio y la consagración social. El florecimiento de Pocitos obedeció a causas diversas que se conjugaron felizmente para determinar su brillante porvenir. Una, fundamental, fue la implantación del tranvía de caballitos; otra, la decisión de muchas familias del centro para constituir un balneario casi privado, ya que Ramírez era demasiado frecuentado; la tercera fue la creación de numerosos barrios constelados en su derredor, que se unieron naturalmente a él y contribuyeron a facilitar el acceso a la playa. Dichos barrios fueron con perdón de algún olvido, el "Víctor Manuel", fundado en 1874 por Florencio Escardó, sobre el camino que iba a Punta Carreta a los Pocitos; en 1879, el "Caprera", también por Escardó, y los erigidos por el incansable Piria; "Castelar", en 1879, cuya población estaba compuesta inicialmente de artesanos y empleados del tranvía de Pocitos; "Artigas", en 1884, situado al noroeste de dicho pueblo; "Mario Méndez", en la bifurcación de las calles Rivera y Pereyra, a la entrada del pueblo; "Fortuna", en 1885, entre las calles Pereyra y Garibaldi hoy Guayaquí y dos calles vecinales; "de los Españoles", en 1896, que encerraba un área de dos hectáreas y media , con una espaciosa calle llamada 2 de Mayo; y "Trouville", en 1897. Posteriormente, en este siglo, "Tribuna", contiguo al anterior, fundado por Lapido, propietario del diario "La Tribuna Popular", y "Villa Biarritz", desde 1935, con nuevas e ininterrumpidas construcciones contribuyeron a acrecer y agraciar al abanico poderoso de Pocitos. El 18 de noviembre de 1877 fue inaugurado el Primer Recreo de los Pocitos. Tenía "jardín con glorietas y mesas", y ofrecía platos especiales "al estilo del país", como asado con cuero al asador, tallarines y ravioles. La cultura no se descuidaba: ya existían en la localidad dos escuelas municipales, la de niñas No. 6 y la de varones No. 26 que funcionaban en el mismo local. Los maestros eran la Sra. de Artecona y el Sr. Candelas. Un lustro después, ante el ya tradicional aflujo de veraneantes argentinos, que llegaban con el doble incentivo de los baños y de pasar en Montevideo la temporada estival, fue inaugurado el 25 de diciembre de 1882, con un espléndido baile, un salón destinado a restaurante. Tenía un techo de madera pintado en color lila y estaba alumbrado por "64 picos de gas neumático". Fue emplazado en medio de los dos departamentos para baños (el de señoras y el de hombres) compuesto cada uno de 68 casillas, provistas de perchas, espejos y lavatorios de agua dulce. Pocitos ya era considerado el primer balneario de América del Sur y su playa constituía el punto de reunión, por las mañanas y las tardes, de nuestra alta sociedad. Una cuerda servía de sostén contra el oleaje a las bañistas Los almuerzos tenían estos precios en el restaurante francés del señor Le de: tres platos, postre, pan y vino: 50 centésimos; "a la carte", cada plato para uno, 12 centésimos; café con leche, 10 centésimos; con manteca, 16 centésimos; chocolate con manteca, 20 centésimos; café negro, 6 centésimos. Bebidas: ajenjo, bitter, vermouth, etc., 8 centésimos; refrescos de todas las clases, 8 centésimos; chartreuse, 12 centésimos; vinos, oporto y jerez, 12 centésimos. El viaje en el tranvía a los Pocitos, que se extendía a Buceo y Unión, costaba desde la Plaza Independencia al balneario 20 centésimos ida y vuelta, y en el precio se incluía la ocupación de una casilla. Un año después, en diciembre de 1883, los almuerzos tenían categoría internacional, como lo demuestra el siguiente menú: Consomé de volaille a la Orleáns, hors d'oeuvres assorties, filets de poisson a la Colbert, petits pates chaudes au Pocitos, Supreme de volailles Marechale, Chautebriand bernaise, asperges sauce hollandaise, selle de mouton a la Broche, salade Romaine, souflet au cacao, deserts assortis y fruits de la saison. Vinos Cachetvert, Chateau Leoville, Haut Sauterne, Champagne frappe, Jerez y Oporto. Todo era sosegado, sereno, lleno de lenta pereza. Entonces no había prisa. Los montevideanos no eran todavía esclavos del reloj. En el verano de 1887, se efectuaron regatas, amenizando la competencia deportiva la banda del regimiento de artillería. Por las noches, la orquesta del maestro Formentini encendía el entusiasmo de la concurrencia con sus melodías. El 1o. de enero de 1888, a pesar del mal tiempo y de la lluvia, fue inaugurado el Gran Hotel Balneario de los Argentinos, en la esquina de las actuales calles de Chucarro y Pereyra. Disponía de montañas rusas, hamacas, juegos, billar y sala de lectura. El gerente director de las obras fue Florencio Escardó. La fiesta inaugural, amenizada por la orquesta del maestro Irigoyen, continuó con una cena y finalizó con un baile que duró hasta las cuatro de la madrugada, pero la concurrencia permaneció allí hasta las diez. Pero Los Pocitos tenía también otra fisonomía. Un periodista que visita la localidad en julio de 1890 nos la describe así, en tiempos en que el Banco Constructor se aprestaba a rematar en mensualidades de 15 pesos, en "el Biarritz Oriental", solares "situados entre las calles Artigas (hoy Masini), del Puente (actual 26 de Marzo), Garibaldi (hoy Guayaquí como ya indicamos) y Lavadero (luego Francisco Berro), en el corazón del pueblo, circundados por los lindos chalets de Howard y Dominguez, el Gran Hotel de los Argentinos, el Gran Restaurant de los Baños, (que había inaugurado su piscina en enero de 1889), la gran fábrica de papel, la iglesia, y la preciosa casa del Sr. Francisco A. Vidal". "Los Pocitos - escribía el periodista montevideano - es una localidad bonita y bien situada, pero difícilmente llegará a adquirir importancia bajo el punto de vista social y comercial. "Es un pueblo esencialmente obrero. La mayoría de sus hombres son canteros y lavanderas sus mujeres. No obstante residen allí familias pudientes, construyéndose actualmente muchos edificios y dos hermosísimos chalets: uno por cuenta del diputado don Rufino T. Domínguez y otro propiedad del Sr. Lafont". Contaba la localidad en la época con varios negocios: 18 almacenes, 2 tiendas, 3 carnicerías, 3 billares y la botica del señor Nicolás Falco; la policía ocupaba en la calle Pereyra una casa que constaba de dos piezas y un galpón; los faroles se apagaban a las once de la noche, no obstante haberse comprometido el contratista a mantenerlos con luz hasta la madrugada. En febrero de 1892, época en que las reuniones sociales eran salpimentadas por la orquesta de Grasso, un imponente incendio redujo a cenizas el local del restaurante de los Sres. Angel Salvador y J. Scarcela, e incluso dos cuerpos de las casillas de baños para hombres. Gracias a la acción de los bomberos quedó en pié sin sufrir daños de consideración el puente que, partiendo del muelle, entraba en el mar. Era paseo obligado de la concurrencia en las noches de verano. En ocasiones se corrían regatas como las que organizara en marzo de 1901 el Montevideo Rowing Club, presenciadas desde la terraza de madera por animada concurrencia. El período 1904-1914 ha sido evocado en nuestros días por Guillermo García Moyano, que rehizo con penetrante prosa sus recuerdos de niño en el Pueblo de los Pocitos. En 1906 llega el primer tranvía eléctrico; en 1910 se inaugura la explanada asfaltada, iluminada con arcos voltaicos; dos años después inicia sus actividades el Hotel de los Pocitos, de seiscientas habitaciones y con una gran terraza de la que partía un muelle - con un quiosco de música -, que se internaba en el mar. Será centro de bailes y banquetes donde las hermosas montevideanas de la sociedad alta lucirán sus largos u albos vestidos, rivalizando en distinción, elegancia y belleza. En la rambla, sus vestimentas de calle harán decir a un cronista que una dama inglesa no los usaría "sino en la ópera o en un salón". Para dar una idea de lo que influyó en el desarrollo del Pueblo de los Pocitos la empresa tranviaria Sociedad Comercial de Montevideo, basta decir que hacia 1912 la compañía era propietaria del Hotel de los Pocitos - además del Gran Parque Central -, y de las casillas y carritos de baños para hombres instalados en dicha playa y en la de Ramírez. Ya el balneario estaba consagrado. Múltiples chalets, de variados estilos arquitectónicos, algunos lujosísimos, adornaban sus calles. Pero muchas de estas residencias eran habitadas solo en la temporada estival. En 1916, se abre la costanera entre el Pueblo de los Pocitos y Punta Carretas. Aumentan incesantemente los pobladores, se redobla el tránsito, se habilita la piscina de Trouville, sede de torneos internacionales. Un nuevo mundo de residencias surge así sobre el antiguo pasado de lavanderas, inmigrantes italianos y bañistas recatados. La técnica edilicia irrumpe junto al mar. Pocitos se va a las nubes. Desde la década del 40, modernas construcciones que emulan las de Copacabana sustituyen vertiginosamente a los viejos chalets levantados frente a la rambla. Hoy Pocitos es residencia de figuras representativas - hombres públicos, escritores, industriales, comerciantes, hacendados, profesionales y profesores - y de una clase media culta. Allí tuvo su taller José Belloni, que puso en parques y plazas de la ciudad, el toque de la gracia estética. Pocitos es también corazón elegante de la ciudad, la plenitud de una vida soleada que se beneficia con el perpetuo rumor de las olas, con el viento fresco, con el diálogo cordial y reiterado entre las aguas del río como mar y el Gran Montevideo. |