Contribución: Claudio "Canugi"
Núñez Rincones de Montevideo"
Alejandro Michelena
Editorial Arca - Montevideo - 1988
El "aire" de Punta
Carretas
Mucho se ha venido hablando de la zona de Punta Carretas, sobre todo
cuando a partir de novelas como Pepe Cortina, de Enrique Estrázulas, pasara a adquirir
esa tonalidad mítica solo emanada de la impronta artística. Antes por supuesto, y a
través de los años, estuvieron las puntuales notas acerca de este barrio en los
suplementos dominicales, que modestamente fueron creando el sedimento para tal prestigio.
A comienzos de este siglo era ese un lugar bastante alejado de todo
sitio poblado, donde solamente el faro y algunas viviendas de pescadores se animaban a
desafiar las borrascas del otoño, los temporales del invierno, los soles del verano. Los
vecinos del sur del Cordón hacían excursiones cuando el buen tiempo lo permitía, las
que tenían como destino la Punta Brava, a la que entonces se llegaba a pié o a caballo,
sorteando las grandes rocas que había
desde la playita Santa Ana a Ramírez, y de allí en más, aventurándose entre los
descampados.
Se cuenta que en noches de borrasca llegaron muchas veces a
inundarse los ranchos, arrastrando el mar las pertenencias de las familias de los
pescadores.
Por ese mismo período fué que en la zona se afincó el núcleo
festivo de muchachos que conformarían esa peculiarísima "sociedas" - todavía
existente - conocida como la Parva Domus. Su noble característica era y es, la de estar
formada solo por hombres que integran una vez a la semana esa república
"burlesca", con sus autoridades y leyes casi surrealistas, dedicados a
pantagruélicos y divertidos rituales. Aunque tal vez a más de un especialista pueda
sonar a herejía, no es aventurado filiar lejanamente a esta peculiar
"hermandad" con la masonería, entonces más vigente que hoy.
No es posible hacer referencia a este rincón montevideano que se
asoma hacia el mar por dos de sus costados, sin recordar a una estirpe muy ligada a
nuestra historia cultural.
Todavía está, casi en el final de la vieja calle Ellauri - que
aunque perdió sus empedrados y vías de tranvía, conserva en esa cuadra su encanto
pueblerino - la casona del autor de Tabaré, con su aire vagamente hispánico y su largo
jardín que se extiende hacia la rambla donde hay un olivo, pinos y ombúes. Allí se
instaló don Juan Zorrilla con su familia,cuando todavía el lugar era un confín
montevideano, construyendo la casa poco a poco y con esfuerzo, en medio de una
circunstancia económica que no le sonreía demasiado ampliamente.
De esa casa salía todavía, en sus últimos años, cerca de 1930,
cuando tomaba el tranvía casi en la puerta, sentándose siempre luego en el "asiento
de los bobos", amenizando el trayecto con alguna lectura interrumpida con muchos
saludos a quienes subían o bajaban, hasta llegar a su trabajo en el Banco de la
República.
Pero la saga de los Zorrilla en Punta Carretas, se proyectó mucho
más allá de la muerte del autor de la Leyenda Patria. Su hijo, el escultor José
Zorrilla, tenía su atelier a la vuelta, por la calle Tabaré. Todavía está, tristemente
cerrado - con algunos moldes de yeso del artista insinuándose detrás de los vidrios
esmerilados -, esperándo que a alguien con poder de hacerlo se le ocurra transformarlo en
un museo (pero vital, informal) de lo que fué la "cocina" del creador del
monumento al Gaucho y las alegorías del Obelisco.
Pero al lado, pegado al atelier, está la casa que fuera de Raúl
Montero Bustamante, yerno del viejo Zorrilla y tan prolífico cuan poco estimado ensayista
de la primera mitad de este siglo. Y muy cerca vive todavía Guma Muñoz de Zorrilla,
viuda del escultor y una personalidad nacional a pleno derecho propio a sus noventa años.
La "dinastía" se completa cuando viene de Buenos AIres Concepción
"China" Zorrilla a visitar a su madre, y se reúne en la casa familiar con su
hermana Guma (también vinculada al teatro como vestuarista).
Si algo distingue a Punta Carretas, sobre todo en contraste con su
vecino Pocitos, es el haber estado preservado de los embates de los funestos
"booms" inmobiliarios de los años sesenta y setenta. Salvo en la rambla y en
Bulevar Artigas, y también en torno al parque Zorrilla (más conocido como parque de
Villa Biarritz), el núcleo, el corazón del barrio se mantiene conformado por casas
bajas, a lo más de dos plantas, donde lo más moderno se harmoniza incluso con los pocos
chalets originales del comienzo (de madera y techo de zinc o tejuelas).
Lo habita en general una clase media más o menos próspera y
resabios de un viejo "patriciado" muy venido a menos, y no abunda en él la raza
de los "nuevos ricos" (que, empleando un término que no por estar casi en
desuso es menos gráfico, no ha perturbado la
zona con gustos y criterios "fenicios"). El viejo y algo siniestro edificio de
la cárcel espera quien lo compre, habiéndose perdido inexplicablemente la posibilidad de
"calificar" el área reciclando el ámbito, instalando en él una feria
artesanal permanente, talleres artísticos, salas de exposición, en un marco de jardines
que aportarían además un nuevo espacio verde tal como al menos lo propiciaba uno de los
proyectos que se presentaron para reacondicionar el ex-presidio. |