Carlos Gretter José María Firpo Juana de Ibarbourou Mario Benedetti Osvaldo Foti
Ovidio Fernández Rios Serafin J. García

Contribución: Ana Inés Larre Borges

NUEVOS CAMINOS PARA LA LITERATURA URUGUAYA

Después de la muerte de Juan Carlos Onetti, la literatura uruguaya, vista desde el extranjero, parece reducirse apenas a dos nombres: Mario Benedetti y Eduardo Galeano. La fama internacional de estos escritores tiene su correlato local en la popularidad aún discutida de sus libros entre los lectores uruguayos. La borra del café, última novela de Benedetti, una historia que recupera el tiempo de su infancia montevideana, lleva ya seis ediciones nacionales y El fútbol a sol y sombra, el nuevo libro de Galeano, que rescata goles y personajes memorables al tiempo que delata la política de intereses que rige el deporte, ya pasó los 30 mil ejemplares - cifra insólita para un país de 3 millones de habitantes. Pero el firmamento de la literatura uruguaya no se agota en el brillo de estos escritores estrella. En los últimos años varias propuestas renovadoras van diseñando un nuevo panorama de cara al fin de siglo.

Cuando después de la dictadura militar el Uruguay recuperó las libertades, muchos pronosticaron una explosión de relatos referidos a la historia reciente y turbulenta que la censura había impedido publicar. El vaticinio no se cumplió. La mejor novela que quedó sobre los años duros ya había sido escrita en el exilio. Se llamó El color que el infierno me escondiera y su autor fue un veterano narrador, Carlos Martínez Moreno. El tema de la memoria, las preguntas por una identidad que parecía herida de muerte por el quiebre de la tradición democrática no fueron olvidados por la literatura, pero adoptaron formas diferentes. Es a partir de la publicación, en 1988, de Bernabé Bernabé, de Tomás de Mattos, que se pone de manifiesto el creciente vigor que ha adquirido en el Uruguay la narrativa de carácter histórico. La historia del exterminio de los indios charrúas y del complejo drama de su verdugo Bernabé Rivera, contada por de Mattos, se convirtió inmediatamente en un suceso editorial que fue síntoma de la necesidad de la cultura uruguaya de repensar el presente a través de una revisión de sus raíces. Desde entonces son muchos los autores que, desde distintas estéticas y modalidades, han recurrido a la historia como fuente de sus ficciones. Napoleón Baccino encontró en el viaje de Magallanes la materia para crear en Maluco una novela sobre la aventura del hombre librado a su propio destino. Mercedes Rein recreó tiempos de pasadas dictaduras en El archivo de Soto, Fernando Buttazoni paseó a su personaje desde el sur del Brasil hasta el Paraguay de Solano López en El príncipe de la muerte. Hugo Bervejillo visitó la tierra purpúrea de nuestro siglo XX en Una cinta ancha de bayeta colorada, Amir Ahmed mezcló rock y computadoras con héroes nacionales en Artigas blues band. A diferencia de otras literaturas de Latinoamérica, la uruguaya no había frecuentado la novela histórica con felicidad desde la obra de Eduardo Acevedo Díaz en el siglo pasado. El desarrollo que ha adquirido en los últimos diez años es un fenómeno doblemente interesante: porque en su ejercicio se ha concentrado lo mejor de la actual narrativa y porque ha logrado revertir una cierta apatía de los lectores respecto a la literatura nacional.

Hubo, además, otros territorios conquistados. La literatura policial, hasta ayer inexistente, ha encontrado sus cultores en escritores capaces de adaptar el género a una realidad desprovista de grandes ciudades, mayordomos y detectives privados. Así ha ganado popularidad Juan Grompone, un ingeniero en computación que lleva ya tres thrillers publicados - Asesinato en el Hotel de Baños, Ciao Napolitano y Operación MAM - donde demuestra habilidad para crear tramas verosímiles a partir de algunos casos famosos como el incendio de los cuadros de Joaquín Torres García en Río de Janeiro. Hay autores que inician su carrera dentro del género como Renzo Rosello en Ángeles de barro, donde cuenta con dureza y sensibilidad la existencia de un infanto juvenil, y Carlos Reherman en El robo del cero Wharton - una novela que llegó a la celebridad porque predijo el robo de un cuadro de un museo de Montevideo-; hay otros que ensayan el género después de consagrados, como Omar Prego, que combina el pasado reciente con la intriga. Si es verdad que la literatura policial uruguaya se toma demasiadas libertades como para constituir un género acabado, su avance ha logrado vencer la superstición de los géneros considerados "menores" y ha abierto nuevos cambios a la narrativa.

Aunque la categorización por generaciones ha entrado en desuso y los nuevos actores no buscan la identificación grupal a través de manifiestos y revistas de trinchera, es posible advertir en el terreno de la creación tendencias propias de los más jóvenes. El gusto por lo fantástico y raro que desde Lautréamont, Felisberto Hernández y Armonía Somers ha sido una secreta tradición uruguaya, comparte hoy su popularidad entre los nuevos con un tipo de ficción más directa, que prefiere la brevedad y contundencia del cuento y que recurre con crudeza a una estética de la crueldad. Se destaca en esta línea el nombre de Rafael Courtoisie, quien además de una obra poética singular es autor de relatos breves como los de su reciente Cadáveres exquisitos, un título que simboliza la opción literaria de muchos escritores de la nueva generación.

En literatura como en arte, no toda obra valiosa puede atarse a tendencias y corrientes. Y en Uruguay mucho de lo mejor ha sido hecho por navegantes solitarios. Este breve panorama sería injusto si olvidase algunos de esos nombres. Como el de Mario Levrero, creador - en trece, inclasificables libros- de un mundo obsesivo, pesadillesco y pleno de humor. Como la magia alucinada de la poetisa Marosa di Giorgio. Como el duro realismo que logra Carlos Liscano en El camino a Itaca, la mejor novela escrita en los últimos años. Sin olvidar a la poesía que desde Idea Vilariño, poeta nocturna del amor, y en Amanda Berenguer, Salvador Puig, Roberto Echavarren, Tatiana Oroño y otros, existe y resiste a pesar del desamparo en que se mueve.

Ana Inés Larre Borges es crítica literaria. Dirige las páginas literarias del Semanario Brecha.

En los últimos años, la producción literaria del Uruguay ha alcanzado un nivel de excelencia que va desde la novela histórica hasta la policial.

En literatura como en arte, no toda obra valiosa puede atarse a tendencias y corrientes.

 
Carlos Gretter José María Firpo Juana de Ibarbourou Mario Benedetti Osvaldo Foti
Ovidio Fernández Rios Serafin J. García